lunes, 29 de enero de 2007

El mar

No me gusta la ciudad en que nací, pero creo que lo que no me gusta de allí es la gente y lo que piensa, la manera en que se desprecian unos a otros. Sin embargo, si hay algo que me embelesa de ese lugar es el mar. Y creo que de una manera diferente a como puedan sentirla los poetas o los fotógrafos, cuando lo ven por primera vez. El mar lo conocí a medida que iba creciendo. Mi apartamento quedaba en una península muy estrecha. Salía al balcón y a lado y lado estaba el mar. Fue allí donde aprendí a nadar y allí donde jugaba los fines de semana, y la playa era el lugar a donde salía a caminar al atardecer. Una vez me atrapó un ola por accidente, y me envolvió en un tirabuzón y me lanzó a la orilla. Después de eso, aprendí a hacerlo a voluntad. Calculaba el momento exacto en que la ola pasaría, tomaba aire y me metía dentro, entonces empezaba a dar vueltas sobre mí misma sin cesar, hasta tocar la arena bajo mi vientre. Aprendí también que el mar te va llevando hacia adentro sin que te des cuenta, una vez pasas de cierto límite. Si estás muy cerca de la orilla, te sacará, pero si pasas de cierto lugar y te quedas flotando boca arriba y cierras los ojos, cuando vuelvas a abrirlos luego de un rato, la orilla estará muy lejos.
En alguno de esos archivos que llegan incesantemente por el correo electrónico, leí que lo que piensas del mar es lo mismo que piensas del amor. Tal vez sea así. A veces está calmo, quieto, y apenas se nota una pequeña ondulación en su superficie, y aún así, es inmenso y poderoso, y en sus profundidades habitan criaturas desconocidas y hermosas, y se mueven corrientes imperceptibles aunque inmensamente fuertes. Otras veces es apasionado y enloquecido, la marea sube y una ola crece y se estrella contra la arena, y luego siguen otra y otra más. Lanza piedras y agua y todo lo que contiene hasta inundar lo que lo circunda, y luego se repliega de nuevo.
El mar. Vos. Yo. Ojalá pronto estemos los tres juntos.

sábado, 27 de enero de 2007

Habitada

Hoy me habitan tu lengua invasiva, tus manos suaves, tus palabras contradictorias, tus promesas efímeras, tus rechazos débiles, tus dudas infinitas, tus frases en otro idioma, el tirón de mi pelo en tu mano, tus abrazos fuertes, las capitales y los ríos y los puntos cardinales que tan bien conoces y que yo ignoro, del planeta y de mi propio cuerpo, tu voz que al mismo tiempo me arrulla y me comanda, tus ires y venires, tus huidas de ti mismo, tus preguntas sobre la gente que me rodea. Hoy me habitas, pero no estás, y entonces, mi cuerpo está vacío.

jueves, 25 de enero de 2007

El Helenañol

Es el lenguaje que hablan los animales y las cosas cuando decides conocer (de manera literal y absoluta) a Helena. No hay manera de enseñarlo. Basta con ser atento y tener los oídos prestos a escuchar. No depende de quién habla, sino de quien escucha. Los animales y las cosas tienen, a veces, tanto que decir, aunque en otras ocasiones sólo guarden silencio.
Pero no es silencio lo que hay hoy. Escucho a mi alrededor un barullo casi ensordecedor. No los entiendo. Las palabras se amontonan unas sobre otras, se traslapan, se mezclan, se confunden. No paran de hablar, aunque se queden inmóviles, como mis labios. Dicen lo que yo ya no soy capaz de pronunciar. ¡Y son tantas cosas! Y tú... no los escuchas...